actividad n1
Nos encontramos en meet por articulación. realizaremos galletitas ingredientes:
actividad nº 2
1- ÁREA: PRÁCTICAS DEL LENGUAJE.
TRABAJAREMOS
LA LECTURA DEL CUENTO
*EL LORO
PELADO.
Había una
vez una banda de loros que vivían en el monte.
De mañana
temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tarde comían naranjas. Hacían gran
barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en los árboles
más altos, para ver si venía alguien.
Los loros
son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos,
los cuales, después, se pudren con la lluvia. Y como al mismo tiempo los loros
son ricos para comer guisados, los peones los cazaban a tiros.
Un día un
hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó un buen rato
antes de dejarse agarrar. El peón lo llevó a la casa, para los hijos del
patrón, los chicos lo curaron porque no tenía más que un ala rota. El loro se
curó muy bien, y se amansó completamente. Se llamaba Pedrito. Aprendió a dar la
pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y con el pico les hacía
cosquillas en la oreja.
Vivía
suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín. Le
gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que
era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también en el
comedor, y se subía con el pico y las patas por el mantel, a comer pan mojado
en leche.
Tenía locura
por el té con leche. Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le
decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar. Decía: “¡Buen día
lorito!...” “¡Rica la papa!...” “¡Papa para Pedrito!...”. Decía otras cosas más
que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran
facilidad malas palabras.
Cuando
llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba a sí mismo una porción de cosas, muy
bajito. Cuando el tiempo se componía, volaba entonces gritando como un loco.
Era, como se
ve, un loro bien feliz, que además de ser libre, como lo desean todos los pájaros,
tenía también, como las personas ricas, su five o'clock tea.
Ahora bien:
en medio de esta felicidad, sucedió que una tarde de lluvia salió por fin el
sol después de cinco días de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando: —”¡Qué
lindo día, lorito!... ¡Rica papa!... ¡La pata, Pedrito!.” —y volaba lejos,
hasta que vio debajo de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía una lejana y
ancha cinta blanca. Y siguió, siguió, siguió volando, hasta que se asentó por fin
en un árbol a descansar.
Y he aquí
que de pronto vio brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes,
como enormes bichos de luz.
—¿Qué será?
—se dijo el loro—. “¡Rica, papa!...” ¿Qué será eso?... “¡Buen día, Pedrito!...”
El loro hablaba siempre así, como todos los loros, mezclando las palabras sin
ton ni son, y a veces costaba entenderlo. Y como era muy curioso, fue bajando
de rama en rama, hasta acercarse. Entonces vio que aquellas dos luces verdes
eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirándolo fijamente.
Pero Pedrito
estaba tan contento con el lindo día, que no tuvo ningún miedo.—¡Buen día,
tigre! —le dijo—. “¡La pata, Pedrito!...”
Y el tigre,
con esa voz terriblemente ronca que tiene le respondió:
—¡Bu-en-día!
—¡Buen día,
tigre! —repitió el loro—. “¡Rica papa!... ¡rica papa!... ¡rica papa!...” Y
decía tantas veces “¡rica papa!” porque ya eran las cuatro de la tarde, y tenía
muchas ganas de tomar té con leche. El loro se había olvidado de que los bichos
del monte no toman té con leche, y por esto lo convidó al tigre.
—¡Rico té
con leche!—le dijo—. “¡Buen día,Pedrito!...” ¿Quieres tomar té con leche
conmigo, amigo tigre?
Pero el
tigre se puso furioso porque creyó que el loro se reía de él, y además, como
tenía a su vez hambre se quiso comer al pájaro hablador.
Así que le
contestó: —¡Bue-no! ¡Acércate un poco que soy sordo!
El tigre no
era sordo; lo que quería era que Pedrito se acercara mucho para agarrarlo de un
zarpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que tendrían en la casa
cuando él se presentara a tomar té con leche con aquel magnífico amigo. Y voló
hasta otra rama más cerca del suelo.
—¡Rica papa,
en casa! —repitió, gritando cuanto podía.
—¡Más
cer-ca! ¡No oi-go! —respondió el tigre con su voz ronca.
El loro se
acercó un poco más y dijo: —¡Rico té con leche!
—¡Más cer-ca
toda-vía! —repitió el tigre.
El pobre
loro se acercó aún más, y en ese momento el tigre dio un terrible salto, tan
alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a
matarlo, pero le arrancó todas las plumas del lomo y la cola entera. No le
quedó una sola pluma en la cola.
—¡Tomá!
—Rugió el tigre—. Andá a tomar té con leche...
El loro,
gritando de dolor y de miedo, se fue volando, pero no podía volar bien, porque
le faltaba la cola que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose en el
aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo encontraban se alejaban
asustados de aquel bicho raro.
Por fin pudo
llegar a la casa, y lo primero que hizo fue mirarse en el espejo de la
cocinera. ¡Pobre Pedrito! Era el pájaro más raro y más feo que puede darse,
todo pelado, todo rabón y temblando de frío. ¿Cómo iba a presentarse en el
comedor con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el tronco de
un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo, tiritando de
frío y de vergüenza.
Pero
entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia: —¿Dónde estará Pedrito?
—decían. Y llamaban— ¡Pedrito! ¡Rica papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito!.
Pero Pedrito
no se movía de su cueva, ni respondía nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas
partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces que Pedrito había
muerto, y los chicos se echaron a llorar.
Todas las
tardes, a la hora del té, se acordaban siempre del loro, y recordaban también cuánto
le gustaba comer pan mojado en té con leche. ¡Pobre Pedrito! Nunca más lo
verían porque había muerto.
Pero Pedrito
no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque
sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche bajaba a comer y
subía en seguida. De madrugada descendía de nuevo, muy ligero, e iba a mirarse
en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumas tardaban
mucho en crecer.
Hasta que
por fin un día, o una tarde, la familia sentada a la mesa a la hora del té vio
entrar a Pedrito muy tranquilo, balanceándose como si nada hubiera pasado.
Todos se querían morir, morir de gusto cuando lo vieron bien vivo y con
lindísimas plumas. —¡Pedrito, lorito! —le decían—. ¡Qué te pasó, Pedrito! ¡Qué
plumas brillantes que tiene el lorito!
Pero no
sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, no decía tampoco una
palabra. No hacía sino comer pan mojado en té con leche. Pero lo que es hablar,
ni una sola palabra. Por eso, el dueño de casa se sorprendió mucho cuando a la
mañana siguiente el loro fue volando a pararse en su hombro, charlando como un
loco. En dos minutos le contó lo que había pasado: Un paseo al Paraguay, su
encuentro con el tigre, y lo demás; y concluía cada cuento cantando:
—¡Ni una
pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una pluma! ¡Ni una pluma!
Y lo invitó
a ir a cazar al tigre entre los dos. El dueño de casa, que precisamente iba en
ese momento a comprar una piel de tigre que le hacía falta para la estufa,
quedó muy contento de poderla tener gratis. Y volviendo a entrar en la casa
para tomar la escopeta, emprendió junto con Pedrito el viaje al Paraguay.
Convinieron en que cuando Pedrito viera al Tigre, lo distraería charlando, para
que el hombre pudiera acercarse despacito con la escopeta.
Y así pasó.
El loro, sentado en una rama del árbol, charlaba y charlaba, mirando al mismo tiempo
a todos lados, para ver si veía al tigre. Y por fin sintió un ruido de ramas
partidas, y vio de repente debajo del árbol dos luces verdes fijas en él: eran
los ojos del tigre.
Entonces el
loro se puso a gritar: —¡Lindo día!... ¡Rica papa!... ¡Rico té con leche!...
¿Querés té con leche?. ..
El tigre
enojadísimo al reconocer a aquel loro pelado que él creía haber muerto, y que
tenía otra vez lindísimas plumas, juró que esa vez no se le escaparía, y de sus
ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondió con su voz ronca:
—¡Hacer-ca-te
más! ¡Soy sor-do! El loro voló a otra rama más próxima, siempre charlando:
—¡Rico, pan
con leche! ... ¡ESTA AL PIE DE ESTE ARBOL! ...
Al oír estas
últimas palabras, el tigre lanzó un rugido y se levantó de un salto.
—¿Con quién
estás hablando? —bramó—. ¿A quién le has dicho que estoy al pie de este árbol?
—¡A nadie, a
nadie! —gritó el loro—. “¡Buen día, Pedrito! ... ¡La pata, lorito!...”
Y seguía
charlando y saltando de rama en rama, y acercándose. Pero él había dicho: está al pie de este árbol para avisarle al hombre,
que se iba arrimando bien agachado y con la escopeta al hombro.
Y llegó un
momento en que el loro no pudo acercarse más, porque si no, caía en la boca del
tigre, y entonces gritó:
—“¡Rica
papa!…” ¡ATENCION!
—¡Más cer-ca
aun! —rugió el tigre, agachándose para saltar.
—“¡Rico, té
con leche!...” ¡CUIDADO VA A SALTAR!
Y el tigre
saltó, en efecto. Dio un enorme salto, que el loro evitó lanzándose al mismo
tiempo como una flecha en el aire. Pero también en ese mismo instante el
hombre, que tenía el cañón de la escopeta recostado contra un tronco para hacer
bien la puntería, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanzo
cada uno entraron como un rayo en el corazón del tigre, que lanzando un bramido
que hizo temblar el monte entero, cayó muerto.
Pero el
loro, ¡qué gritos de alegría daba! ¡Estaba loco de contento, porque se había
vengado —¡y bien vengado!— del feísimo animal que le había sacado las plumas!
El hombre
estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil, y, además,
tenía la piel para la estufa del comedor. Cuando llegaron a la casa, todos
supieron por qué Pedrito había estado tanto tiempo oculto en el hueco del árbol
y todos lo felicitaron por la hazaña que había hecho.
Vivieron en
adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo que le había hecho el
tigre, y todas las tardes, cuando entraba en el comedor para tomar el té se
acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa, ylo
invitaba a tomar té con leche.
—¡Rica
papa!... —le decía—. ¿Querés té con leche?. ¡La papa para el tigre!...
Y todos se
morían de risa. Y Pedrito también.
F I N
LOS NIÑOS
DEBERÁN ELEGIR UN ANIMAL DE LA SELVA Y COMPLETAR UNA FICHA CON SUS
CARACTERÍSTICAS.
ESTA O ESTE
ES UN/A:_________
VIVE
EN:_________
COME:
_____________
SE
DESPLAZA:____________
DIBUJAR.
actividad nº 3
2- ÁREA: EDUCACIÓN VISUAL.
RETOMANDO LA CLASE ANTERIOR, SE
TRABAJARÁ CON LA SIGUIENTE OBRA:
PRESENTACIÓN
DEL RETRATO DE VANT GOGH.
SE LES PEDIRÁ A LOS NIÑOS QUE, CON LÁPICES, FIBRAS O CRAYONES, REALICEN UN RETRATO CON TOQUES CORTOS. UNA VEZ TERMINADO, RECORTAR Y COLOCAR SOBRE EL FONDO DE PINCELADAS CORTAS.
3- RECREO:
4- LITERATURA:
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